Manuela Falcón, la segunda víctima mortal por hepatitis C en Leganés

27/04/2015

27 abril, 2015 | Filed under: MECÁNICA PALANCA | Por: MODESTO GONZÁLEZ
El sábado 20 de diciembre de 2014, fallecía en el hospital Severo Ochoa de Leganés María Teresa Casas. El viernes, 24 de abril de 2015, cinco meses más tarde, moría Manuela Falcón. Las dos eran enfermas de Hepatitis C.


El plan diseñado por el ministro de Sanidad tan solo aspira a curar a la mitad de los enfermos que, según él, sufren esta enfermedad en nuestro país.

♦ Una buena noticia es que a los enfermos de hepatitis C de Madrid les están suministrando el anhelado medicamento que han venido reclamado por activa y por pasiva en la calle y a la puerta de los hospitales. No a todos, de momento sólo a los más graves, a los F-4, a los que no pueden esperar más. A los que ven que la cirrosis está a punto de arruinarles el hígado para siempre sin remedio. Contra la cirrosis no hay tratamiento pero al menos ya no irá en aumento. Cuando alguno de estos enfermos te dice que, por fin, le han dado las pastillas milagro por las que han peleado hasta exasperación, dan ganas de pensar que a partir de ahora todo, lo que se dice todo, en nuestro país, va ir a mejor. Los enfermos de hepatitis C han conseguido torcerle el brazo al Gobierno.

Pero no todo es alegría y buenas noticias, porque la semana pasada moría en el hospital Severo Ochoa de Leganés, Manuela Falcón, una mujer de más de sesenta años de edad, vecina del barrio de Zarzaquemada, enferma de Hepatitis C en un estado avanzado. Era la segunda víctima mortal con nombre y apellidos que contabiliza este hospital causada por esta enfermedad, la primera fue María Teresa Casas que falleció el 20 de diciembre de 2014, hace apenas cinco meses. A María Teresa Casado no llegaron a suministrarle el medicamente a pesar de que sus médicos se lo habían prescrito. La Comunidad de Madrid no tuvo piedad para con ella. La dejó morir impunemente. A Manuela Falcón sí se los suministraron pero era ya tan tarde que su organismo no lo pudo resistir. Se lo habían prescrito hacía más de tres meses. Murió el pasado viernes, 24 de abril. Ese viernes de primavera llovía en Leganés.

El plan diseñado por el ministro de Sanidad aspira a curar a la mitad de los enfermos que según él, sufren esta enfermedad en nuestro país. Para el gobierno de Rajoy en España hay 95.524 diagnosticados. La realidad es otra, se calcula que un 2% de la población podría padecer esta enfermedad y no lo saben. Y lo que es peor, tan solo le van suministrar el nuevo medicamento a la mitad, a 51.964 enfermos. En las cárceles españolas hay más de 60.000 reclusos infectados y nadie, menos el Gobierno, está dispuesto a hacer nada.

A veces la diferencia entre estar enfermo y estar sano es de vital importancia, nunca mejor dicho. Cuando la salud se pierde se arruina el cuerpo y la vida, todo deja de tener sentido, ya nada vale lo que vale; tan solo, con suerte, te queda el cariño de la familia y la amistad de los amigos. La enfermedad es como una noche que parece no tener madrugada. Tu mirada se vuelve triste, a veces vacía, sin alma. Tu vida es como un río hacia la mar, porque queramos o no, “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”, tal como cantaba Jorge Manrique.

Por mucho que se empeñe Pilar Muro, la “dueña” de las clínicas para ricos Quirón, los enfermos no son clientes, los enfermos son pacientes, seres humanos que hay que curar si es que su enfermedad tiene cura. Pilar Muro, tan señora, tan millonaria, tan aragonesa, hace negocio con el dolor y la enfermedad de la gente, pero sólo con aquella gente que se lo puede pagar. Eso, se llame negocio o como se llame, no tiene nombre porque el que alguien tenga unos cuantos millones de euros en una cuenta opaca en Suiza, no pague sus impuestos a la hacienda pública que es la de todos, y ese dinero haya salido del apaño entre unos políticos corruptos y unos empresarios sin escrúpulos, no por eso te duele más cuando te pones enfermo que al pobre hombre que duerme las noche de invierno entre cartones en un cajero automático. Los ricos no deberían ponerse nunca enfermos, no tienen derecho. Ellos no son pacientes, son clientes y a nadie le importa si padeces cáncer de hígado cuando se trata de comprar o vender una mercancía. Lo único que importa es la cuenta corriente, el dinero que anda de por medio.

La realidad es que para el que es pobre o rico y pierde la salud y está en riesgo su vida, la ansiedad es un zarpazo que le desgarra por dentro. Sin embargo, cuando la salud se gana, se salva el cuerpo y la vida, la luz se asoma a los ojos y se ilumina la mirada, circula alegre la sangre, el hígado se estremece, el corazón se enamora, los pies se vuelven ligeros y se ensanchan los pulmones. Las noches vuelven a tener mañana y las ventanas paisaje. El mar se expande sereno. Ya no se teme a la muerte. Lo que ocurre es que la salud, como todo en la vida, al final termina por perderse de forma inexorable y definitiva, pero mientras tanto no se la deberían negar a nadie como ha ocurrido en Leganés con María Teresa Casas y con Manuela Falcón, enfermas de hepatitis C, que en poco menos de cinco meses han muerto porque el gobierno de la Comunidad de Madrid se negó en su momento a suministrarles el medicamento que les podía haber salvado la vida.

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