Un día quizás el alcalde Montoya y yo, vayamos a La Cañada Real, aunque solo sea para ver, si allí hacemos converger nuestras almas y repetir aquella cita que aprendí de mi suegro: “La necesidad obliga a realizar acciones que la ley no permite” La necesidad obliga a levantar chabolas, en la tierra de todos y en la tierra de nadie.
Cuando los poetas amateur escribimos crÃtica polÃtica, parecemos ante aquellos que criticamos, como ogros, como malditos que, arremetemos contra cualquier hoja que mueve el viento otoñal en la vida pública leganense.
SÃ, somos agresivos, inconformistas y rebeldes.
Pero quizás lo que ninguno de los pocos lectores que tenemos sospeche, es que, cuando llega la media noche, en nuestra soledad más Ãntima, escribimos una lÃrica muy distinta, en ocasiones como poetas de urgencias.
Es entonces cuando uno viaja por los arrabales, a veces a La Cañada Real, allà vemos a los marroquÃes, rumanos, gitanos extranjeros y españoles, pero también vemos piquetas
Derribando casa, chabolas y construcciones diversas que cobijan a seres humanos.
A mi edad, me sorprenden ya muy pocas cosas, pero hay algo que me hace hipersensible ante el dolor ajeno, me siento un poco más humano y al tiempo más impotente, hay algo que me traspasa el hondón del alma, y es cuando veo un niño con neumonÃa – sin hospitalizar- asfixiándose en la humilde cama de una chabola, un nuevo niño Jesús, sin el vaho de la vaca y de la mula, sin vÃrgenes ni carpinteros, ni siquiera la hierba seca con su olor a henos sobre un pesebre.
Un dÃa quizás el alcalde Montoya y yo, vayamos a La Cañada Real, aunque solo sea para ver, si allà hacemos converger nuestras almas y repetir aquella cita que aprendà de mi suegro: “La necesidad obliga a realizar acciones que la ley no permite” La necesidad obliga a levantar chabolas, en la tierra de todos y en la tierra de nadie.
SÃ, un dÃa Montoya y yo, visitaremos La Cañada Real, y doy por seguro que, volveremos solo con pisarla un minuto, siendo él mejor alcalde, y yo, un mejor ciudadano y mejor ser humano.
Y luego dicen que en Madrid gobierna una esperanza…
¿Arrabales o fronteras?
barrios sucios, clandestinos,
chabolas de rasilla usada,
de cartón piedra y Uralita
que cierran La Cañada
imborrable.
Los niños semidesnudos
se mean en los charcos
espejos de un otoño imperdonable.
Y el frÃo penetra ceniciento
una noche de fiebre
en la cama infantil,
sin vacas, ni mulos, ni pesebres,
ni virgenes, ni gallardones…
¡Cuánto niño Jesús
se lleva La Cañada
y no devuelve!
Y dicen que en Madrid
gobierna una esperanza.
Leganés, 27 de octubre de 2008
JOSMAN
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