Cuando muere alguien como Nicolás Valencia, a los amigos se nos vacían un poco las calles del pueblo. En la Fuentehonda sopla un viento helado que anhela su presencia y por la calle Madrid ya no se va a ninguna parte.
Y su madre enfila el camino del cementerio, pero allà tampoco está. Si acaso, nos sorprende algunas veces su aliento caliente en la nuca al doblar una esquina o su abrazo tan deseado bajo la marquesina del bus. Por ahà sigue Nicolás, entre nuestros recuerdos y sus palabras, y no queremos que se nos vaya. Por eso que los amigos vamos a editar, con la ayuda y el permiso de su familia, lo que de su poesÃa hemos conseguido salvar a pesar suyo. Con sus versos aprendÃamos a vivir, pues Nicolás dibujaba la vida con la misma energÃa que lo consumió, tan joven.
Los de Patrañas os esperamos en lo de Mario el dÃa 29 de Mayo,viernes, a las 22 h.
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