El sur situado al norte

17/06/2006

Vicente Molina Foix hace una reflexión muy interesante sobre la «cultura del sur» y la lucha y el compromiso de sus ayuntamientos por fomentar el mestizaje y la interculturalidad.


Siendo de Elche siempre he sabido dónde empezaba el norte: por Albacete, una provincia en la que no era raro sufrir ventiscas de nieve siguiendo la misma carretera que unos kilómetros antes, a la altura de Elda por ejemplo, lucía soleada. Luego llegué a Madrid, como quien dice, y me instalé en un norte relativo, que pude años más tarde comparar con el verdadero septentrión de la Gran Bretaña. Pero aquí regresé y aquí sigo, al norte de mi sur y, para mayor inri, viviendo en un barrio nórdico de la capital.

Y de repente descubro que Madrid también tiene unos bajos sureños. No estoy hablando del subsuelo, ese no-lugar de nuestra ciudad donde, al menor descuido de una pala, se hacen hallazgos arqueológicos con motivo de las obras de la M-30. Un día encuentran una villa romana bajo La Riviera (la discoteca, no la Costa Azul), y al siguiente aparecen en la Casa de Campo fósiles de un rinoceronte sin cuerno y un anquiterium o caballito de tres dedos; ninguno de los dos está registrado en el Manual de zoología fantástica de Borges. Yo me refiero a un descubrimiento sin excavación ni casco: el de la nueva visibilidad de seis Ayuntamientos del sur de Madrid, Fuenlabrada, Getafe, Leganés, Móstoles, Parla y Alcorcón, que se han unido en la formación de un Instituto de Cultura del Sur y se están moviendo en todas direcciones, incluidos el Este y el Oeste.

La semana pasada, dentro de las actividades paralelas de la Feria del Libro, este instituto organizó una jornada entera de presentación en sociedad. Hubo de todo: desde un simposio seriamente intelectual moderado humorísticamente por El Gran Wyoming hasta unos coristas infantiles.

Y un manifiesto, apoyado por diversas personalidades políticas e intelectuales, para lanzar una campaña internacional de declaración de ciudades antigueto, en el que, entre otras formulaciones de principio, se expresa un «no» a las normas legales de segregación que sólo han ayudado a la creación de tribus urbanas aisladas, y un gran sí «a la plena integración del otro». Mestizaje social y diversidad cultural como instrumentos de lucha frente al racismo y la xenofobia son conceptos manejados también por los firmantes del manifiesto. «El otro soy yo», afirman, con todas las letras en mayúscula y negrita.

¿Es Madrid una ciudad con guetos? Yo conozco al menos dos, el gueto gay de Chueca, y el ecuatoriano del barrio de La Guindalera. En el primero, los homosexuales y las lesbianas han tomado pacíficamente sus calles, tienen allí sus tiendas y sus bares de diversos ambientes o gustos, y las parejas del mismo sexo van cogidas de la mano o se besan en público, una gestualidad que más allá de Alonso Martínez, en cuanto se enfila un poco el norte, muchos se sienten obligados a dejar de hacer.

La Pequeña Quito en torno a la calle de Cartagena, también poblada de peruanos y colombianos, tiene un castellano dulce y numerosas familias numerosas, si bien en este caso sus miembros cruzan calles, plazas y avenidas sin cortapisa expresiva.

Todos estamos, por supuesto, contra la segregación, como nuestros amigos del cinturón sur de Madrid, pero hay que recordar que no siempre un gueto es un lugar de reclusión o castigo. Los judíos sufrieron como ningún otro pueblo la ignominia del gueto (el término se creó para ellos en Venecia), los palestinos los sufren en su tierra, los hay en la periferia de París y en ciudades del norte de Inglaterra, pero recordemos que a veces la concentración humana de un grupo peculiar en un espacio restringido crea un tejido protector y no excluyente. Más que un gueto, un nido.

La sociología tiene mucho que decir (y ha dicho bastante) sobre la relatividad universal de los conceptos de sur y norte; en cualquier norte, incluso en el Ártico, hay una zona sur, y los bereberes del Atlas marroquí ven a sus hermanos del Rif como gente norteña.

Pero yo, que nací en un oasis de palmeras africanas situado, con todo, al norte de Murcia, siempre he tenido, y perdonen lo caluroso de la expresión, una sentimentalidad sureña.

Algo irracional e inefable, como soñador es el hermoso objetivo que se marca este Instituto de Cultura del Sur madrileño para fomentar en sus municipios la nueva rebeldía del mestizaje y la integración: «La próxima causa romántica» del siglo XXI.

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