29-S. Elementos para el análisis

04/10/2010

4-10-2010- Ante la huelga general del pasado 29 de septiembre, las organizaciones de la izquierda transformadora tenemos que analizar los diferentes aspectos de la misma, de manera que seamos capaces de dibujar un escenario lo más cercano a la realidad y que nos permita la identificación de los elementos principales que caracterizaron el paro.


Ante la huelga general del pasado 29 de septiembre, las organizaciones de la izquierda transformadora tenemos que analizar los diferentes aspectos de la misma, de manera que seamos capaces de dibujar un escenario lo más cercano a la realidad y que nos permita la identificación de los elementos principales que caracterizaron el paro.

Sin este análisis sosegado de huelga general será muy complejo poder hilvanar propuestas alternativas a la «asonada neoliberal» protagonizada por el gobierno del PSOE, abrazado a las tesis más reaccionarias de la burguesía financiera internacional, y la patronal española, representante nativo de los grupos de poder más interesados en perpetuar la situación de explotación del ser humano para asegurar la tasa de reproducción del capital.

La única pretensión de este pequeño texto es aportar insumos al debate general y a la lucha de la clase trabajadora por la mejora de sus condiciones de trabajo, sin olvidar la perspectiva de un horizonte global, en el cual se enmarca esta disputa «economicista» ; la construcción de un sistema económico y social más justo y equitativo.

En primer lugar, es interesante comprobar cómo, pese a todo el descontento sentido por amplias capas de las clases trabajadoras, las condiciones objetivas y subjetivas para el desencadenamiento de una protesta generalizada todavía no estaban dadas en el momento en que se realiza la convocatoria de huelga del 29-S.

Sin intentar rebajar lo más mínimo las graves consecuencias que está generando la crisis del capital financiero y especulativo, la clase trabajadora del Estado español todavía no ha visto mermada de manera radical su calidad de vida. Esto es debido a que el débil Estado de Bienestar de España permite la amortiguación (principalmente a través del sistema educativo y de salud y de las prestaciones por desempleo) de los sufrimientos más graves a los que las familias de asalariados/as se ven sometidas.

Dentro de estos componentes de «suavización» en la agudización de las contradicciones del capital, la permanencia de las prestaciones por desempleo ha supuesto, en el corto plazo, la mejor herramienta para la desmovilización de miles de trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, a dos años del inicio de la crisis, tras la caída del gigante financiero Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, es previsible que muchas de las personas que pasaron a engrosar la lista del INEM en esa fecha y en los meses posteriores, vean desaparecer el magro salario que reciben de la administración pública, por lo que su situación económica se va a ver dramáticamente afectada. Un ejemplo de este hecho es, ya hoy, la existencia de más de un millón de hogares en todo el Estado donde ningún miembro de la unidad familiar recibe ninguna remuneración.

Por esta razón, es más necesario que nunca que las organizaciones políticas de la izquierda nos ocupemos de dar a conocer este paulatino empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora (lo que hemos llamado condiciones objetivas), no solamente en cuanto a aquellas familias que vean desaparecer sus fuentes de ingreso, sino también de los trabajadores y trabajadoras que, en el marco de la reforma laboral, sufran el castigo con el que el capital quiere punir a los/as poseedores/as de la fuerza de trabajo.
Por otro lado, parece evidente que las condiciones subjetivas, la conciencia de la clase trabajadora, no se encontraban ni siquiera en un estado latente, sino que, por el contrario, afrontamos un periodo de descenso de masas muy prolongado que arranca con los Pactos de la Moncloa y que ha alcanzado en los últimos años unos niveles ciertamente alarmantes.

Las razones de este descenso de la vitalidad social, desplazada en el imaginario común por términos como la «concertación» o la «negociación» , son variadas y muy heterogéneas, aunque podemos destacar algunas: una década de bonanza económica que ha permitido al capital, pesa a la cada vez mayor apropiación del beneficio por parte de la burguesía financiera, ampliar el gasto social a través del cual disfrazar el desarrollo perverso de un sistema basado en la explotación del ser humano; la derechización de la socialdemocracia, lo que (con el abandono de las tesis de aumento del gasto público como medio de activación de la demanda agregada y, por tanto, de la actividad económica, y la interiorización de los planteamientos teóricos de la Escuela de Chicago y su neoliberalismo caníbal) ha legitimado, ante los millones de trabajadores y trabajadoras que votan a los partidos socialistas, las recetas emanadas del Consenso de Washington; la fragmentación y
precariedad de la clase trabajadora, lo que dificulta la «conciencia de sí y para sí»; la escasa capacidad de influencia política de las organizaciones del amplio espectro de «las izquierdas» (provocada por la «fagotización institucional» a la que se han visto sometidas cuando han alcanzado determinadas cuotas de representación; por la división sempiterna que se empeña en resaltar las diferencias históricas entre unas tendencias y otras»); y, aunque el listado podría ser mucho más exhaustivo, la actitud «tibia» de unas centrales sindicales mayoritarias que han asumido la negociación y la concesión como eje vertebrador de su actuar, lo que las ha colocado, en diversos momentos en estos últimos años, en una posición comprometida en la defensa de los intereses de su base social, instalándolas en la confusión a la hora de afrontar el antagonismo estructural de la clase trabajadora con la patronal.

En un escenario como éste, donde las condiciones materiales y subjetivas no invitaban al optimismo, la huelga general es convocada por unas organizaciones sindicales, causantes en parte de ese descenso en la capacidad respuesta de los/as trabajadores/as y, en buena medida, deslegitimadas por el agresivo aparato mediático de la derecha. A nadie se le escapa que incluso en el seno de las mismas centrales sindicales, así como en las organizaciones de la izquierda amplia, el pesimismo cundía a sus anchas, previendo un fracaso que hubiese sido desastroso para los intereses de la mayoría.

Sin embargo, los resultados que arrojan las cifras de seguimiento de la huelga general, una vez limpiado la información del virus de la manipulación mediática, nos permite concluir que la misma ha sido un éxito en las condiciones actuales (relaciones laborales cada vez más precarias, descenso de masas, «desideologización»), lo que deberá ayudarnos a extraer algunas enseñanzas importantes para mejorar nuestras posiciones y contribuir a invertir la relación de fuerzas actualmente existente. En este sentido, me gustaría resaltar la que considero más interesante por las potencialidades que puede tener en la definición de una estrategia de largo aliento para la izquierda alternativa:

 CCOO y UGT se han reivindicado, pese a toda la crítica que debe ser realizada por su devenir en los últimos 10 años, como las principales organizaciones de masas de las que dispone la clase trabajadora para la defensa de sus derechos. Que esta actitud defensiva pueda ser transformada en una toma de conciencia de las posibilidades efectivas de conquistar nuevos derechos sociales, depende única y exclusivamente de la militancia más consciente, de manera que pueda «ayudar» a las cúpulas sindicales a abandonar las tesis más regresivas para ponerse a la cabeza de las demandas de los/as trabajadores/as.

Así mismo, a parte de la capacidad movilizadora que ha demostrado la maquinaria sindical, es muy importante resaltar la agilidad y la presencia que los piquetes informativos han tenido en todo el Estado. Esta herramienta, que aprovecha al máximo la legalidad vigente en beneficio de los derechos de los/as trabajadores/as, ha permitido contrarrestar en gran medida el ataque mediático y la intimidación de la patronal, principalmente en aquellas empresas de pequeñas dimensiones donde la reivindicación de los derechos desemboca, en muchas ocasiones, en despidos.

Sin caer en el idealismo voluntarista, es necesario reconocer que, si bien no se consiguió parar el país, la huelga general ha significado un soplo de viento fresco que, si nos movemos con inteligencia, puede servir de palanca para la reversión de la actual correlación de fuerzas y como freno al programa de ajuste estructural que estamos sufriendo.

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