«Tenemos que pintar entre mierda y jeringas»

23/01/2009

Los escritores de grafiti apenas encuentran lugares para expresarse.


En algunos lugares de España, es completamente imposible pintar grafitis de manera legal. Una circunstancia que el colectivo Desviados vive a diario. El pasado sábado, en principio, tenían previsto acudir a pintar sus piezas a Leganés, uno de los municipios que se muestra más comprensivo con el fenómeno. No pudieron.
«Pintamos para disfrutar, pero el grafiti debe tener contenido»

Las reminiscencias tribales de esta actividad se manifestaron: los grafiteros de Leganés no quisieron que pintara nadie más que los de allí. «Hay muchas envidias», dice Murphy, de 33 años. Su aspecto, su currículum y su discurso está lejos del estereotipo del grafitero: tiene una empresa de producción televisiva y lo único que pretende es disfrutar pintando. Nada de esconderse.

«Nunca evitamos dar la cara», asegura Asier, su colega en esto. Juntos han protagonizado algunos episodios recientes que pusieron de manifiesto la doble moral con la que los municipios españoles afrontan el fenómeno. En concreto, la del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón. «Â¿Doble moral? Qué me vas a contar a mí, tío», dice Asier, de 30 años, indignado.

El premio de Gallardón

En 2007, los servicios de limpieza del Ayuntamiento de Madrid derribaron un muro en el que Desviados había pintado a Gallardón como si se tratara de un grafitero. Al poco, su propio Consitorio, les premiaba con 3.400 euros… por ese mismo mural. «Algunos dicen que las nuevas multas dejarán en la calle sólo a los buenos»

Todo un éxito para unos grafiteros concienciados. «Pintamos para disfrutar, pero el grafiti debe tener contenido, es así como nos gusta hacerlo», defiende Murphy. Para los escritores de grafiti es corriente descubrir que quienes les invitan a certámenes o a festivales de cultura urbana sean los mismos organismos que les persiguen.

Dado que a Leganés no pudieron ir, optaron por el plan B: los bajos de un puente abandonado. Se encuentra a las afueras de Madrid, en lo que antes era la vía llegada a uno de los principales mercados de la droga. «Al final, tenemos que pintar entre mierda y jeringas», protesta Murphy. Es el único sitio donde pueden pintar: «Aquí ni molestamos a nadie ni nadie nos va a molestar».

Mientras dan rienda suelta a su expresividad, cumplen con una labor que las instituciones dejan de lado. Junto a ellos pinta Pablo, de 15 años, al que enseñan los secretos de la pintura con spray. Un chico que podría estar firmando con un rotulador en la puerta de su instituto canaliza con ellos sus ganas de expresarse.

¿Hay solución para las pintadas vandálicas? «Algunos dicen que las nuevas multas dejarán en la calle sólo a los buenos», dice Murphy, «pero me parece que es algo que nunca va a desaparecer».

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