Sábado, 21 de octubre, Jornada Internacional por los 5. Leganés (Madrid).
SolÃamos ir los sábados por la mañana. Seguro que, entre tantos, habremos estado allà algún dÃa lluvioso o gris, pero no lo recuerdo. La memoria, escondida a veces en rincones lejanos a los que no siempre llego, sólo me conduce a mañanas de mucho calor y más sol.
A nosotros nos llevaban a todo, al teatro guiñol de los miércoles, a la feria de libros del Habana Libre, al cinecito de los viernes, a los tÃteres del Parque Almendares de los domingos y hasta a las competencias escolares de la Ciudad Deportiva.
La Biblioteca Nacional, sin embargo, era otra cosa. Quedaba cerca de donde vivÃamos, y de la Plaza de la Revolución, que era como nuestra segunda casa.
Ãbamos caminando y no tardábamos mucho, a lo mejor media hora desde la calle L, esquina a 25, en el Vedado.
Allà nos sentÃamos importantes y mayores. En un espacio tan lleno de cosas que aprender, el tiempo se diluÃa y se escapaba entre las manos como agua.
Al llegar, ya sabÃamos que debÃamos dirigirnos a la planta baja, que era la reservada a las actividades infantiles. Mi hermano, mi compañero de entonces y de ahora, se sentaba en la mesa que más le gustara, o en la que quedara libre. Yo preferÃa el piso; supongo que porque estaba frÃo. O quizás porque me hacÃa sentir más cercano el silencio de la sala, que se me antojaba inmenso. Sin duda, a los dos nos gustaba estar allÃ.
Aún hoy, hago muchas cosas desde el piso; también leer, cuando el ánimo es calmo y no lo atosiga la prisa.
El par de horas de lectura o dibujos volaban,“…Hay que recoger los libros, nos vamos….”. Esa frase, una y otra vez, llegaba demasiado rápido. HacÃamos como si no la hubiéramos oÃdo y ganábamos un poco de tiempo; con suerte diez minutos o quince.
A veces, las historias, de colores o en blanco y negro, desaparecÃan de nuestra vista con cierto enfado y eso significaba que ya no cabÃan más tretas. “Nos vamos…..; la semana que viene volvemos”.
Y nos Ãbamos, pero para volver la semana siguiente. Siempre volvÃamos a aquel lugar.
Atravesar el sendero de la entrada, con un césped siempre apetecible para correr, a un lado y a otro, ha sido uno de los mejores paseos del recuerdo, durante todos estos años.
Miles de niños cubanos fueron, como nosotros entonces, a la Biblioteca Nacional de La Habana. Otros miles habrán ido después y, de seguro, muchos siguen yendo, ahora, cada semana.
Hace un par de dÃas me contaron que decenas de esos niños y niñas pudieron morir mientras elegÃan si se sentaban en las mesas o si probaban el suelo de esa Biblioteca. La obsesión destructiva de las mafias, que operan desde los Estados Unidos contra Cuba, no pensaba detenerse por eso.
Creo que querÃan hacerlo en 1998, pero algo les falló. Cinco cubanos, que, por esas fechas trabajaban, infiltrados, en esas organizaciones mafiosas, supieron que la acción terrorista se estaba planeando y actuaron.
Ramón Labañino, Fernando González, Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y René González informaron al Gobierno de Cuba para que éste se alistara a impedir los crÃmenes.
Gabriel GarcÃa Márquez fue la persona elegida para mediar ante la Administración de los Estados Unidos y advertirle del nuevo ataque que se estaba gestando, dentro de su territorio, contra la isla. Por eso se entrevistó, personalmente, con el presidente Clinton, para que frenara el asesinato, entre otros, de niños y niñas cubanos, en la Biblioteca Nacional de La Habana.
Se hizo. El atentado se abortó, pero, a cambio, habÃa que tener otras vÃctimas. Ramón Labañino, Fernando González, Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y René González fueron detenidos, en septiembre de ese mismo año. Desde entonces, permanecen cautivos, en distintas cárceles de seguridad norteamericanas.
El juicio al que se les sometió, en la ciudad de Miami, fue declarado nulo por tres jueces del Onceno Circuito de Atlanta después de que el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias de la ONU determinara que sus arrestos no habÃan estado sujetos a la legalidad.
La apelación presentada por la FiscalÃa norteamericana dio los frutos que se esperaba de ella y el dictamen de los jueces de Atalanta fue invalidado hace poco más de un mes.
El proceso sigue adelante y, como afirmaba recientemente Olga Salanueva, esposa de Gerardo Hernández, “la espera no puede hacerse desde el silencio”.
El próximo sábado, 21 de octubre en Leganés, habrá oportunidad de romper ese silencio. En todo el mundo habrá acciones similares y será el mejor momento para exigir la libertad de los Cinco, que es, también, apostar por la vida de los niños y niñas que, en Cuba, van los miércoles al guiñol, los viernes al cinecito o, los sábados por la mañana, a la Biblioteca Nacional.
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