Renovación, primavera, paso

02/04/2012

En un mundo tan cambiante como el nuestro, bombardeados por los estímulos de lo nuevo y el rechazo a lo viejo, es fácil a veces perder el sentido de las cosas.


Nos acercamos a la semana santa, una fecha marcada por los festivos, los desplazamientos, las torrijas y las procesiones religiosas. Las vacaciones de semana santa se fijan a propósito de la Pascua cristiana. A pesar de que más del 70% de los españoles se considera católico, el porcentaje de practicantes es menor del 14%, mientras que el 22% no se reconoce en ninguna religión. Además, en nuestra sociedad, cada vez más multicultural, el número de fieles a otros religiones (sobretodo, protestantes e islámicas) sigue creciendo. Desprovista la pascua de los ritos religiosos, ¿qué nos queda? ¿Unos días de vacaciones?

Las vacaciones me encantan. Igual que a todos. También me encantan las escusas para irme de viaje. Me encanta ir a Barcelona y llevarles tartas con huevos de chocolate a mis sobrinos. Sin embargo, a veces tengo la sensación de que el calendario se extiende como una sucesión de días, entre los que hay que discriminar entre laborables y no laborables. La primavera en la ciudad a veces pasa inadvertida. Los días se escapan. Sin pausa, sin transición.
La celebración de la Pascua se remonta a ritos tan antiguos como la humanidad. Para los cristianos, esta es la semana de celebración de la pasión y resurrección de Cristo. Para los hebreos, la fiesta de la salida de Egipto y el paso por el desierto. Mucho tiempo atrás, algunos creen que ya en el neolítico, los seres humanos celebrábamos ritos asociados al equinoccio de la primavera. Nuestros antepasados miraban al cielo para comprender el mundo. Las transiciones de las estaciones, los ciclos de la naturaleza y las cosechas, la duración de los días y las noches.

Las celebraciones asociadas a la Pascua (el paso) y el equinoccio de la Primavera se repiten en las culturas griegas, fenicias, persas, teutónas , celtas, galesas. En muchas encontramos símbolos comunes. Comprendiendo estos símbolos podemos acercarnos al sentido último de la Pascua.
La ceniza de la cuaresma es un recuerdo de nuestra propia fragilidad y mortalidad: “polvo eres y en polvo te convertirás”. El ayuno, (el de la cuaresma, el del ramadán y el del Yom Kippur o día judío del perdón) se relaciona con la meditación, la purificación del cuerpo y la reconciliación espiritual.

Se tiene constancia de que a lo largo de toda la cuenca mediterránea muchos pueblos de la antigüedad celebraban la llegada de la primavera con rituales de danza, pan y vino. Con estos ritos se buscaba experimentar, a través del trance, la muerte y resurrección. La danza no tiene presencia en la liturgia cristiana pero en otras culturas, como la sufí o la india, el baile tiene una dimensión espiritual.

Finalmente, uno de los símbolos de la semana santa cuyo significado es más universal es el huevo. Desde China a Egipto, el huevo representa la fertilidad, la semilla de la nueva vida que eclosiona en primavera. El equinoccio, el huevo, la ceniza, el ayuno y la danza. La Pascua es un rito de renovación.
Así que, cristianos o no, para no olvidarnos de dónde venimos ni de quienes somos, esta semana os invito a experimentar la Pascua, es decir “el Paso”. A renovar vuestras promesas de ser mejores y celebrar la llegada de la Primavera, una promesa de vida, que nos regala la madre tierra desde el principio de los tiempos.

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