Cómo dilapidar un capital político

23/11/2009

20-11-2009. Desde la aparición del sistema wi-fi, cualquier aeropuerto del mundo es bueno para conectarte y enterarte de lo que está sucediendo a miles de kilómetros de distancia.
Con la mente puesta en los compañeros y compañeras del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), con los que voy a compartir diez dí­as de intenso trabajo en una de las ciudades más grandes del planeta, Sao Paulo, me entretengo navegando por Internet y, como casi siempre, acabo sumergido en los sitios web que hablan de mi localidad.


Tras leer alguno de ellos, con mis ojos empujando desesperadamente por salirse de las órbitas, decido desconectarme de la red y, presa de la tristeza por las malas noticias, tratar de hacer una reflexión sobre los últimos acontecimientos protagonizados por los dirigentes de la organización donde milito.

Y no se me ocurre mejor tí­tulo que éste: cómo dilapidar un capital político

Independientemente de cómo finalice la cuestión del «Caso Dardo», resulta penoso leer las declaraciones de Raúl Calle, no por el contenido en sí­ mismo, sino porque la imagen que transmite (ya sea culpable o no de las acusaciones que han vertido contra los concejales presentes en la Junta de Gobierno que llevó a cabo la aprobación irregular del expediente) empieza a desprender un tufo insoportable a polí­tico del montón, simple gestor de los beneficios y privilegios inherentes a determinados cargos.
¿Quien no ha escuchado argumentaciones parecidas en bocas más sospechosas? ¿La ciudadaní­a que se considera de izquierdas no está harta de tanta mediocridad?

La situación de deriva en la que se ha instalado IU en Leganés, y que ha destruido el capital polí­tico histórico de esta organización, es fruto de una estrategia cortoplacista y de la implementación sistemática de un programa de tierra quemada al interior de la organización, que, lamentablemente, ha empobrecido de manera radical la vida interna de la coalición electoral.

La visión de corto plazo de la que hablo tiene su expresión más evidente en la incorporación de IU al gobierno municipal actual tras el escándalo de la votación del pleno de investidura de 2007. Ningún político en su sano juicio, ni ninguna organización de izquierda medianamente racional, hubiese decidido gestionar Urbanismo, siempre bajo sospecha, tras los tristes acontecimientos que pusieron a IU en la primera plana de los grandes medios de comunicación.
Una postura coherente, pero que hubiese alejado a nuestros dirigentes de la gestión municipal, hubiese sido dar un apoyo crí­tico al PSOE para evitar la llegada al poder de la derecha rancia del PP, votando a favor de la investidura de Montoya, y renunciando a formar parte del gobierno municipal.
De esta manera, IU podrí­a haber liderado la postura crí­tica desde la izquierda, obligando al PSOE a pactar cada punto de su programa y teniendo toda la libertad para denunciar la mala gestión de un alcalde todaví­a más en tela de juicio que el cada vez más silencioso Raúl Calle. Pero esto significaba alejarse de los beneficios del poder.

Y aquí­ viene a colación la explicación de lo que llamo «programa de tierra quemada» en el seno de IU Leganés.
Son de sobra conocidos por todo el mundo, y si no solamente hay que remitirse a las noticias en la prensa local de hace algunos años (véase el Iceberg), los mecanismos empleados para forjar mayorí­as, con apoyos que rozan el 100%, en la organización de IU en nuestro municipio.
Sin dudar de la legalidad de los procesos electorales en IU, es sospechoso que en una coalición electoral de las caracterí­sticas de la que estamos tratando, con la presencia de distintos partidos y corrientes internas muy diversas, una persona, de escaso carisma, sea capaz de aglutinar a su alrededor semejante apoyo incondicional, cuasi-religioso.

Un análisis rápido, que apenas profundice en algunas de estas reflexiones, caería en la cuenta de la relación directamente proporcional entre la ocupación de espacios de poder en el gobierno municipal y la consolidación de mayorí­as internas que aseguran el mantenimiento de un liderazgo que, indefectiblemente, aupan al gurú de turno a los puestos de salida en las próximas contiendas electorales, volviendo a encontrarse a las puertas de la Plaza Mayor bajo la sombra de un reloj inerte.

Esto es lo que ha conseguido con el «programa de tierra quemada», verdadera guí­a de acción de los actuales dirigentes de IU: hacer desaparecer cualquier vestigio de oposición o crí­tica interna y mantener despierta la conciencia entre la militancia de la espada de Damocles del ejemplo reciente, del compañero expedientado, de la compañera arrinconada.

Son estos dos hechos, intrí­nsecamente relacionados y conformando una relación circular que se retroalimenta, los dos elementos principales que han facilitado que la actual dirigencia haya dilapidado un capital polí­tico que, desde las elecciones de los años 83 y 87, no alcanzaba unos resultados tan pobres.

Considero que la actual situación de IU es preocupante y ahonda la dinámica perversa y mediocre en la que se ha instalado el referente de izquierda más importante del paí­s.

Nos deja huérfanos y abandonados a las personas que creemos que la polí­tica no es el arte de lo posible, si no la herramienta para transformar la realidad y hacerla más vivible y más justa.

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